EL DÍA DE AYER

Ayer era domingo, 17 de diciembre.

Me levanté contenta, era mi santo.

En mi casa somos muy de celebrarlo todo, así que si, me hace ilusión que sea mi santo.

No hace falta hacer nada extraordinario. Ni celebrarlo por todo lo alto. Solo con saber que está mi familia a mi lado, ya es suficiente.

La parte triste es que hace ocho años que mi padre no puede llamarme para felicitarme el día. Siempre era el primero en hacerlo.

No sabes papá como echo de menos tu llamada, poder escuchar tu voz.

Su ausencia se me hace bola, siempre. Pero en determinados días, como ayer, el nudo aprieta un poco más.

El hecho de que en unos días sea Navidad tampoco ayuda con las sillas vacías.

El día de ayer, también fué un día de despedida. Toco decir adiós para siempre a un buen amigo de la familia, y eso siempre es duro.

Espero que la tierra te sea leve, amigo.

La tarde de ayer, la tarde de mi santo, acabó con un paseo, bien abrigados, charlando de nuestras cosas. Eso siempre es «hogar» para mi.

El chocolate a la taza con churros , la guinda del pastel del día de ayer.

Un día completo. En todos los aspectos.

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